30 de marzo de 2010

MÁS ALLÁ DEL TELÓN DE ACERO, MÁS ALLÁ DEL ESPACIO EXTERIOR

En el número 11 de la revista azul eléctrico colaboré con éste artículo sobre Asalto a la tierra (Koji Shima, 1956). El punto de partida era escribir sobre "visiones del futuro", tema central del número de la revista, por lo que decidí hacerlo sobre ésta película, primer film japonés en color. Está editado en nuestro país por L'Atelier 13.

El artista Taro Okamoto (1911-1996), una de las figuras del surrealismo japonés y autor de la espléndida frase “el arte es explosión”, plasmó su arrebato por lo oculto y lo misterioso en su delirante y extensa obra. Fue durante sus estudios en París donde explotó esta inclinación, tras su ingreso en la sociedad de tintes esotéricos Acéphale, creada por el escritor Georges Bataille. Poco o nada se sabe de los rituales que llevaban a cabo en sus reuniones en los bosques de las afueras de Paris comandados por el mismo Bataille que editó además, varios números de una revista bajo el mismo nombre.

La obra más popular de Okamoto es La torre del sol, símbolo de la Exposición Universal de Osaka de 1970. En lo alto de los setenta metros de altura de este totémico edificio, el vanguardista autor japonés expone su peculiar percepción del pasado, el presente y futuro de la humanidad. Casi dos décadas antes, Okamoto escribía una página en la peculiar historia del cine de serie b; en 1956, los estudios Daiei contaron con su inspiración para la que sería la primera película japonesa en color, un curioso film sobre platillos volantes titulado Asalto a la tierra. Desde finales de los 40, la producción japonesa de películas de ciencia-ficción ha sido tan tenaz como fascinante, sin embargo el subgénero ovni, tan amplio como el mismísimo cosmos, pertenece casi exclusivamente al cine norteamericano. Dirigida por Koji Shima, presenta en poco más de una hora y media, el aterrizaje de un grupo de insólitos alienígenas con forma de estrella marina y con un enorme ojo radiante en el pecho en nuestro planeta. Diseñados por Okamoto y posiblemente inspirados en el emblema del hombre de Vitruvio decapitado de la sociedad de Bataille, tienen el objetivo de entregar un importante mensaje a la humanidad. Al igual que en la magnífica Ultimátum a la tierra (1951) del cineasta ‘multigenérico’ Robert Wise, en la que se inspira atrevidamente, se trata de un discurso en contra la era atómica aunque esta vez, sin la irresistible atmósfera que envuelve al film de Wise. Este mismo punto de partida, influenciado por productos similares aunque con resultados artísticos dispares, como Cuando los mundos chocan (Rudolph Maté, 1951), y clásicos del cine fantástico nipón como Japón bajo el terror del monstruo (Ishiro Honda, 1954) completan las influencias de la película de Shima. Sin desembolsos desorbitados ni narraciones presuntuosas, Asalto a la tierra añade unas cuantas novedades en la ultrajada historia de la ciencia-ficción de serie B, más allá de resultar un vulgar relato de alienígenas, al contrario de lo que puede parecer. Y es que en los 50, las películas de monstruos gigantes –género denominado daikaiju-, eran tan populares que el brillante diseño del affiche simula descomunales estrellas alienígenas, mientras que en el film tienen el tamaño de un japonés medio, concretamente de los que se ocultan tras los aparatosos disfraces.

Uno de los aspectos más curiosos de Asalto a la tierra es el realismo, casi documental, que Koji Shima intenta imprimir en cada escena. Los decorados, los personajes y las situaciones reproducen la vida cotidiana del Japón de los 50, maquillada con escenas de baile y música ligera à la Xavier Cugat. Estos números musicales están protagonizados por Toyomi Karita, actriz principal del film, cuyo encanto oriental sólo resulta desagradable a los monstruos de la película.

En noviembre de 1957 y con la ostentosa frase promocional “formidablemente impresionante por la trágica visión de la destrucción del mundo”, se estrenó en España, en un grisáceo blanco y negro, difuminando parte del futurismo implícito en la cinta. Si en nuestro país se vio casi al mismo tiempo que en el resto de Europa y Asia, en Estados Unidos no fue hasta mediados de los 60 y a través de la televisión, en una maniobra comercial de la siempre sorprendente American Pictures.